viernes, 27 de abril de 2012

EL CANON HOLMESIANO




El Canon Holmesiano está compuesto por todos los libros escritos por Arthur Conan Doyle donde aparece Sherlock Holmes (60 historias)

Estudio en Escarlata (1887)
El Signo de los Cuatro (1890)

Las Aventuras de Sherlock Holmes (1892)
o Un Escándalo en Bohemia
o La Liga de los Pelirrojos
o Un Caso de Identidad
o El Misterio del Valle de Boscombe
o Las Cinco Semillas de Naranja
o El Hombre del Labio Retorcido
o Las Aventura del Carbunclo Azul
o La Banda Moteada
o El Pulgar del Ingeniero
o El Aristócrata Solterón
o La Aventura de la Diadema de Esmeraldas
o La Aventura de la Finca de Cooper Beeches

Memorias de Sherlock Holmes (1893)
o Silver Blaze
o La Cara Amarilla
o El Empleado del Corredor de Bolsa
o La Corbeta “Gloria Scott”
o El Ritual de los Musgrave
o El Hidalgo de Reigate
o El Jorobado
o El Paciente Interno
o El Intérprete Griego
o El Tratado Naval
o El Problema Final

El Sabueso de los Baskerville (1902)

El Regreso de Sherlock Holmes (1903)
o La Aventura de la Casa Deshabitada
o La Aventura del Constructor de Norwood
o La Aventura de los Bailarines
o La Aventura del Ciclista Solitario
o La Aventura del Colegio Priory
o La Aventura del Negro Peter
o La Aventura de Charles Augustus Milverton
o La Aventura de los Seis Napoleones
o La Aventura de los Tres Estudiantes
o La Aventura de los Lentes de Oro
o La Aventura del Tres-Cuartos Desaparecido
o La Aventura de Abbey Grange
o La Aventura de La Segunda Mancha

El Valle del Terror (1914)

Su Último Saludo en el Escenario (1917)
o La Aventura de Witeria Lodge
o La Aventura de La Caja de Cartón
o La Aventura del Círculo Rojo
o La Aventura de Los Planos de Bruce-Partington
o La Aventura del Detective Moribundo
o La Desaparición De Lady Frances Carfax
o La Aventura de La Pata del Diablo
o Su Último Saludo en el Escenario

El Archivo de Sherlock Holmes (1927)
o La Aventura del Cliente Ilustre
o La Aventura del Soldado de la Piel Decolorada
o La Aventura de la Piedra Preciosa de Mazarino
o La Aventura de los Tres Frontones
o La Aventura del Vampiro de Sussex
o La Aventura de Los Tres Garrideb
o El Problema del Puente de Thor
o La Aventura del Hombre que Reptaba
o La Aventura de La Melena del León
o La Aventura de La Inquilina del Velo
o La Aventura de Shoscombe Old Place
o La Aventura del Fabricante de Colores








SHERLOCK HOLMES





Sherlock Holmes
por Jorge Luis Borges


No salió de una madre ni supo de mayores.
Idéntico es el caso de Adán y de Quijano.
Está hecho de azar. Inmediato o cercano
lo rigen los vaivenes de variables lectores.

No es un error pensar que nace en el momento
en que lo ve aquel otro que narrará su historia
y que muere en cada eclipse de la memoria
de quienes lo soñamos. Es más hueco que el viento.

Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
Ese hombre tan viril ha renunciado al arte
de amar. En Baker Street vive solo y aparte.
Le es ajeno también ese otro arte, el olvido.

Lo soñó un irlandés, que no lo quiso nunca
y que trató, nos dicen, de matarlo. Fue en vano.
El hombre solitario prosigue, lupa en mano,
su rara suerte discontinua de cosa trunca.

No tiene relaciones, pero no lo abandona
la devoción del otro, que fue su evangelista
y que de sus milagros ha dejado la lista.
Vive de un modo cómodo: en tercera persona.

No baja más al baño. Tampoco visitaba
ese retiro Hamlet, que muere en Dinamarca
que no sabe casi nada de esa comarca
de la espada y del mar, del arco y de la aljaba.

(Omnia sunt plena Jovis. De análoga manera
diremos de aquel justo que da nombre a los versos
que su inconstante sombra recorre los diversos
dominios en que ha sido parcelada la esfera.)

Atiza en el hogar las encendidas ramas
o da muerte en los páramos a un perro del infierno.
Ese alto caballero no sabe que es eterno.
Resuelve naderías y repite epigramas.

Nos llega desde un Londres de gas y de neblina
un Londres que se sabe capital de un imperio
que le interesa poco, de un Londres de misterio
tranquilo, que no quiere sentir que ya declina.

No nos maravillemos. Después de la agonía,
el hado o el azar (que son la misma cosa)
depara a cada cual esa suerte curiosa
de ser ecos o formas que mueren cada día.

Que mueren hasta un día final en que el olvido,
que es la meta común, nos olvide del todo.
Antes que nos alcance juguemos con el lodo
de ser durante un tiempo, de ser y de haber sido.

Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una
de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte
y la siesta son otras. También es nuestra suerte
convalecer en un jardín o mirar la luna.







He was not born of woman, he had no ancestor.
(Of Adam and Quijano before him this was so.)
He is composed of randomness. The to and fro
of wayward readers rule him, here and everywhere.

You would not be wrong to think that when the author first sees
his hero is the moment of birth or that his hero slips
into death whenever our memories suffer eclipse,
we who dream him. He is hollower than the breeze.

He is chaste. Knows nothing of love, not even the kiss.
Yes, this most virile of men has renounced the lover's art.
He lives in rooms in Baker Street, alone, and apart.
Another power he lacks is forgetfulness.

An Irishman dreamed him up, without any affection,
and even tried to kill him, they say. But all in vain:
magnifying glass in hand, in sun, in rain,
his strange fate was to interrupt an interruption.

He has no friends but never loses the devotion
of the other man, who was his evangelist,
noted his coups and miracles and left a list.
He lives in the safest, easiest place: the third person.

He goes down to the baths no more. Nor were they ever
frequented by the late Hamlet, that reclusive Dane
who is almost wholly ignorant of the domain
of the blue sword and the sea, the longbow and the quiver.

(Omnia sunt plena Jovis. In a similar way,
we will say of that innocent, the eponym of the play,
that his changeable, unquiet spirit wanders about
the various realms into which this globe is parcelled out.)

He pokes the damp logs in his fireplace into flames;
on the moors of the West Country he kills a dog from hell.
A tall man who does not know that he is perennial,
he solves the most trivial mysteries, quotes epigrams.

He comes to us from a foggy London, lit by gas,
a London all too conscious of being an empire's hub
(he is indifferent to this), a London of brothel and club,
who does not want to feel she is not what she was.

Let us not be surprised. After death's agony,
that single power we name either destiny or chance
affords to each of us that curious happenstance
of being echoes or forms that die day after day.

That die until the final day when oblivion,
which is our common goal, wipes us utterly away.
Before it arrives, let us amuse ourselves with the clay
of being here for a while, of being and having been.

Thinking of Sherlock Holmes some evening or afternoon
is one of the good habits we still have, to date.
Siestas and death are another. And so too is our fate
of rustic convalescence, or looking at the moon.


Robert Mezey  &  Richard Barnes