Como es sabido, existen personajes literarios que encumbran el nombre de su autor.
Otros, en cambio, lo opacan.
Pero, ¿cuántos personajes, después de la muerte de su creador, siguen existiendo, ya recreados, parodiados, homenajeados encubiertamente o generando serios ensayos?
Y, ¿cuántos de éstos pueden vivir así para in saecula saeculorum?
Sin duda alguna me dirán que muy pocos.
Y, sin duda alguna, muchos me señalarán que quien mejor cuadra con lo antedicho es el incomparable Sherlock Holmes.
Sin embargo, aunque resulte increíble, el nacimiento de Sherlock Holmes no fue nada auspicioso, pues a su primera intervención literaria (A Study in Scarlet, Estudio en escarlata), le costó encontrar un editor que la comprara.
Finalmente fue Ward, Locke & Co. la casa editora que lo adquirió y por la exigua suma de veinticinco libras esterlinas.
Así, Sherlock Holmes hizo su primera aparición en el “Beeton’s Christmas Annual for 1887” , y reimpreso como libro en 1888.
No tuvo un gran éxito, nadie comentó la novela, pero atrajo sobre su autor, Arthur Conan Doyle, la atención de los editores americanos, y en 1889, él y Oscar Wilde fueron invitados a escribir un relato para el “Lippincott’s Magazine”.
Wilde escribió The portrait of Dorian Gray y Conan Doyle The Sign of Four¹, que fue reimpreso en forma de libro en Londres en 1890, y nuevamente en 1892 en el “Strand Magazine”.
Y en esta ocasión, el éxito pareció llegarle a su autor quien pudo abandonar así el ejercicio de la medicina, actividad en la que obtenía magros ingresos.
Sherlock Holmes lograba alcanzar una popularidad que se convertiría con el tiempo en un culto que sobreviviría a su autor.
A ver, veamos lo que dijo Arturo Costa Álvarez² al respecto:
“Esta popularidad de Sherlock Holmes, que no alcanzaron en sus respectivas épocas el monsieur Dupin de Poe ni el monsieur Lecoq de Gaboriau, antecesores del gran pesquisante londinense, se explica porque Conan Doyle ha sabido caracterizar de la manera más completa a su personaje, que resulta ser un individuo real y no un mito.
Sherlock Holmes logra interesarnos, y nos es simpático, no sólo por su habilidad prodigiosa, sino también por sus defectos y debilidades: su afición a la cocaína, su aversión a las mujeres, sus veleidades musicales, su destreza en el pugilato, su necesidad de fumar en grande mientras resuelve un problema psicológico, el desorden general de su ambiente doméstico, sus alternativas de postración letárgica y de actividad febril, son cosas que le dan todas individualidad, que concurren a formarle una naturaleza propia, que hacen, en fin, del genial pesquisante un ser viviente y en extremo interesante.
Por esto, a poco de familiarizarnos con el personaje, sentimos la impresión de que existe en la realidad, al punto de que sus caprichos, sus aficiones y sus prevenciones personales, y hasta sus simples conversaciones ocasionales con su cronista el doctor Watson, nos apasionan casi tanto como los sucesos dramáticos que en torno de él desarrollan el ingenio y el arte del escritor que lo ha creado; y se produce entonces el fenómeno de que, en nuestra mente, el personaje surge aislado, descollando entre los hechos que le dan relieve como una entidad independiente de ellos, como una personalidad que no necesita un ambiente ficticio para explicarse.”
¹ Posteriormente se llamó The Sign of the Four (El signo de los cuatro).
² Casos secretos de Sherlock Holmes (Tomo I), Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1911.